viernes, 12 de enero de 2007

Relato breve

En el reino de Quitranlandia vivía feliz y contenta la princesa Geprimonia repartiendo sus horas entre la matriarca y el patriarca de Quitranlandia inmersos en la eterna parsimonia, ignorando la existencia de vida alguna en las cercanías. Un buen día, en el paseo vespertino habitual, aunque más extenso en longitud que los precedentes, Geprimonia llegó a las desconocidas fronteras del reino decidiendo que sería una maravillosa aventura el conocer los desconocidos misterios que se extendían en aquellas raras tierras sin nombre y azotadas por continuas tormentas más allá de los límites del reino. En su devenir, recorrió la zona con precaución encontrando a Migeprinio, un ser similar y del que enseguida se vio prendada. Migeprinio era hijo de patriarca y matriarca de Quilantrandia, príncipe al igual que Geprimonia, pero de unas tierras vecinas anteriormente inóspitas. Entre ambos surgió una gran amistad y la idea de fundar un nuevo reino, ajeno a las tormentas de una tierra y el abandono de la otra. El pacto se produjo y mediante la cesión de una zona de Quilantrandia medianamente azotada por los temporales se generó un nuevo reino denominado Catramundia donde Migeprinio construyó un nuevo palacio para Geprimonia. La construcción fue un periodo largo y tremendo en su historia pero la obra fue concluida, afectando los continuos devenires a la salud de Geprimonia. Cuando los dos regentes comenzaron las gestiones para asentarse en el nuevo reino, las intrigas del reino de Quilantrandia comenzaron hasta llegar a un momento, después de numerosos avatares, en el que se firmó la paz y la regente de Quilantrandia entregó la Puerta del Destino, acceso principal al reino nuevo, a Migeprinio como signo de la paz duradera. Un mes pasó durante el cual la calma reinó de nuevo en el reino fronterizo, pero transcurrido ese tiempo de nuevo la puerta fue reclamada, esta vez a Geprimonia, aludiendo el desconocimiento de tratados de paz y eludiendo las obligaciones adquiridas con el mismo. Geprimonia, dubitativa ante tales sucesos, volvió al reino de Quitranlandia, se encerró en el más oscuro cuarto de aquel palacio antiguo pensando en la nueva tierra en la que había depositado su esperanza en pos de la consecución de una felicidad distinta unida a Migeprinio y que tanto su salud estaba mermando, preguntándose por qué la historia era diferente según quien la contara, si Migeprinio o Altregenta, y por qué ella se encontraba en medio de un huracán que parecía querer arrastrar su mente a las llanuras del Yadacale, donde moraban los desarraigados mentales. Geprimonia lloró y lloró ante la imposibilidad de solucionar su situación y la duda de permanecer para siempre en el viejo reino lejos de Migeprinio o arrojarse a la tormenta a su lado. Consumida por la duda, Geprimonia se convirtió en el susurro final que siempre acompaña a Eco en su eterna réplica.

Moraleja: "La familia cuanto más lejos, mejor" no es un dicho popular, es una verdad como una catedral de grande.

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