lunes, 12 de marzo de 2007

El abanico de seda

También conocido como "Flor de Nieve y el abanico secreto" -hay que ver lo fieles que son las traducciones-.
No oculto la atracción que me genera casi todo lo oriental, sea Japón o China, quizás porque fue de las pocas culturas que una carrera de historia del arte no te acerca. Hace cierto tiempo escuché hablar sobre la presentación de este libro y un museo del nu shu -hay museos sobre casi todo pero uno especialmente dedicado a algo realizado únicamente por las mujeres es un lujo-. Este libro llegó a mí para mi cumpleaños.
La historia es simple y llana, predecible si se quiere. Habla de los errores de interpretación, de las diferencias sociales, de las amistades profundas, de los perjuicios derivados de los prejuicios, de las tradiciones impuestas. Sobre todo habla de los modelos preestablecidos en las costumbres sociales.
También nos permite ver cómo lo que aparentemente parecen diferencias insondables entre dos culturas aparentemente lejanas, no son más que lo mismo: se educa a la mujer para que sea un estereotipo, que se case con un estereotipo que puede no llegar a conocer hasta la llegada de la convivencia, a quien tiene que obedecer y servir, siendo un objeto en propiedad, tanto de él como de su familia. Aun recuerdo una conversación de una reunión de Hermanas de Juramento -que yo traduciría en mi caso como Hermanas de Facultad- cuando una de ellas dijo algo tal que "sólo quería un marido que la mantuviera y la pegase poco", lo que nos dejó a todas con la boca abierta y pensando cuántas veces esta mujer vería a su madre ser golpeada por su padre. Esta situación se refleja en este libro: el mundo interior de la mujer como un estereotipo, pero con sus buenos y malos momentos reflejados en un lenguaje propio desconocido por el mundo exterior de los hombres utilizado como consuelo ante los problemas de su vida cotidiana, porque si algo nos consuela es hablar sobre nuestras alegrías y penas. Al fin y al cabo, la situación de la mujer hasta hace bien poco aquí tampoco era bien distinta y podría permitirme la licencia de equiparar los denominados lotos dorados al uso de tacones por las occidentales: puro fetichismo. Sí, ya se que no es lo mismo deformar los huesos de los pies para darle un aspecto bonito ante determinados ojos y propiciar así un buen matrimonio, que utilizar unos tacones de aguja de casi un palmo por gusto propio, pero puede dar una cierta idea del dolor, aunque más la da el pensar en caminar sobre un pie de siete centímetros.
Me gustó. Me supo a poco.
Una frase para el recuerdo del libro: "Obedece, obedece, obedece, y luego haz lo que te de la gana".

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