jueves, 8 de marzo de 2007

Menú del día

Lomo con beicón y patatas paja con salsa a la pimienta.

A mi lo de la degeneración que está alcanzando la cocina desde que fue invadida por los hombres es que me saca de quicio. Antes, la denominada cocina tradicional ocupaba los platos y llenaba los estómagos literalmente pero ahora, la autodenominada cocina de autor vacía los bolsillos y los intestinos, también literalmente. Cada vez que veo los foros de novedades sobre cocina es que me dan ganas de reir por no llorar y es que lo de ofrecerte una espuma de berberecho sobre montadito de ibérico a las finas hierbas es algo que me pone los pelos de punta. A ver, que la gente cuando va a un restaurante es porque quiere comer, aunque hay aparatos digestivos llamémosles fardatorios que a lo que van es a pagar una millonada y decir a las amistades "comí en tal sitio, me costó tanto y estaba todo buenísimo". Yo les contestaría: "sí, cojonudo, pero saliste con más fame de la que entraste, chulo".
Dos veces en mi vida pasé hambre yendo a un restaurante. Una fue en un mejicano, por eso huyo de ellos como de la peste y me limito a los nachos con queso que ofrecen en los cines. La segunda fue en un sitio donde al entrar ya piensas "me van a clavar por el aire que respire". Y así fue. El local precioso. Parecía un recauchutado de las obras de Gaudí, todo ello lleno de fragmentos de azulejos de colores, maderas y mucho estilo por todas partes. Vamos, minimalismo que se llama. Cuando nos sentamos a la mesa y traen la carta... página 3, dedicatoria de Santi Santamaría. Jeje. ¿Qué te apetece? Pedir la cuenta y desaparecer... Pero no había posibilidades de huida. Comencé a mirar la carta y llegué a la determinación de que, al margen del "magret de pato al fuá con coliflor rebozada en témpura" y el chuletón, no tenía ni idea de en qué podían consistir los platos. Me decanté por el pato. De comer algo conocido, comer algo poco habitual. Los demás pidieron chuletón y algo denominado "ensalada frutos del bosque". Y comenzaron a llegar...
El descojone general fue mi plato con tres trozos de pato tamaño moneda de dos euros que se picoteaban entre ellos e intentaban comerse cuatro migajas de coliflor en un plato que parecía la nave nodriza de V. Pero luego llegaron los chuletones y comencé yo a reírme. Los había de varios tipos: al punto, al punto punto y al tres puntos. Traduzco: crudo, muy poco hecho y poco hecho. Como el pato casi. Y el tamaño del chuletón... como un billete de 10 euros, eso sí, muy arropado por dos hojas de lechuga y otras dos patatas. Lo más consistente fue la ensalada: una base de hojas de lechuga cubierta de moras, bayas, arándanos y similares aliñados con vinagres balsámicos y aceites gran reserva de oliva salvaje... Para morirse. El clavo: 27 euros por cabeza, mas el pincho en otro bar para paliar los devastadores efectos de la cena.
¿Dónde está la dignidad de un buen cocinero? Claramente, desde que pasaron a llamarse a si mismos restauradores huyó despavorida. Señores, céntrense. Que lo mismo pueden obnubilar al público con un cocido madrileño sin asombrarlo con un nombre y matarlo de hambre.
Mientras tanto, seguiré deleitándome con los tubérculos de la tierra salteados en embrión de gallinacea, digo con la tortilla de patata ;-)

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