lunes, 10 de diciembre de 2007

Una habitación junto al mar

Conocía la casa. No sabía de qué pero la conocía. Lo que tampoco sabía es cómo había llegado allí ni lo que iba a hacer o encontrarse.
Caminó por la pequeña acera que daba paso a las escaleras de la entrada. La construcción poseía un tamaño relativamente pequeño remarcado por la rotundidez de sus formas y por un acusado alargamiento de sus fachadas, compensadas por demasiadas alturas. Tenía varios pisos y una cubierta con pequeñas ventanas amasardadas nacidas rítmicamente de un tejado negro de lajas de pizarra. Era sobria pero bella a la vista, clásica pero con un barroquismo severo que hacía de ella una creación singular. Llamativa y extrañamente conocida y desconocida a la vez.
Accedió cruzando un umbral de madera oscura cuyas jambas estaban finamente talladas, La puerta, de cuarterones perforados por cristales tallados se cerró a su espalda y a su frente se abrieron las escaleras ascendentes que conducirían al visitante al piso superior.
Nunca lo hubiera pensado. Aquella tremenda fantasía de maderas nobles cubriendo todas las paredes podía percibirse por el tipo de construcción, pero tenerlo delante... Era otra cosa. Cuando llegó a la que sería su habitación descubrió con sorpresa que constaba de varios cuartos. El primero pasaba totalmente desapercibido por la simpleza de ser una habitación decorada al más puro estilo victoriano, dentro de lo que este estilo puede pasar por desapercibido. El segundo no era más que un vestidor oculto tras una aparente puerta de armario.
Posó las maletas y recorrió con la mirada la primera estancia, dirigiendo sus pasos hacia el aparente vestidor, pero al abrir la puerta, la sorpresa de encontrar un cuarto nuevo que para nada coincidía con el espacio físico de aquella habitación situada al final de un pasillo, en uno de los extremos de la construcción, causó una gran sorpresa que se acrecentaría con cada uno de sus pasos hacia su interior.

Desde fuera parecía una suerte de habitación alargada con la entrada situada en uno de los extremos de un lateral largo. Hacia el fondo, al dar el primer paso hacia el interior descubrió lo que parecía ser un cuarto de juegos infantiles repleto de muñecas de porcelana acumuladas junto a casitas de muñecas y otros juguetes de épocas pretéritas relativamente cercanas. Contra la pared de enfrente, varios percheros de pie repletos de juegos de vestiditos de niña de todos los colores, formas y diseños imaginables se desplegaban ante su ojos. Se acercó a ellos y la curiosidad no pudo impedir que los dejara donde estaban sin que los ojeara más de cerca. Parecían originales de un siglo pasado. Obras curiosas difícilmente visibles y menos aun dejadas a la mano y el tacto de nadie. Al sacar dos de las piezas fuera del montón que formaban, vio que otra puerta en una de las zonas imposibles de aquella estancia se presentaba en su visión. Estaba semioculta en la pared, cubierta por la misma tela roja con dibujos dorados y el mismo rodapié de madera que recorría toda la estancia. Entreabierta.
Entreabrió un poco más esta nueva puerta y oteó su interior. Era una especie de escalera ascendente conformada en forma de caracol que se retorcía sobre sí misma y se perdía en el recodo siguiente hacia una subida desconocida, decorada exactamente igual que la anterior estancia. No lo pudo evitar y ascendió. Al siguiente recodo, una vez más la estancia mostró una puerta, esta vez improvisada a base de tablas medio podridas apoyadas descuidadamente contra una pared y sujetas a una especie de jamba desvencijada mediante dos herrumbrosas bisagras. Estaba abierta y en su interior se veía una especie de cueva excavada en tierra arcillosa de color ocre. Curiosamente todo estaba iluminado y se veía descender el camino hacia un lugar desconocido. Olía a humedad y tierra. Entró de rodillas por aquel agujero abierto y comenzó a descender sin preocuparse del qué habría al otro lado.
Después de un pequeño descenso, encontró el final de la excavación y la luz natural. Accedió al exterior de una especie de cueva marina frente a la cual había una pequeña casa encaramada en la pronunciada pendiente de aquella costa extraña, abierta a un mar azul oscuro en total calma. La casa tenía un tejado muy pronunciado, medio caído, y, aprovechando el desnivel, poseía una especie de sótano cerrado de la misma manera que el acceso a aquel pasillo descendente.
Caminó hacia la casa y encontró a un hombre reparando unas redes.
- Te esperaba. No te sientes, ya bajamos.
- ¿Qué es esa casa?
- Es mi casa.
- ¿Y qué hay en ese sótano?
- Fruta: cajas de melones.
Y comenzaron la inmersión en aquellas aguas calmas. Era extraño, desde abajo se veía como una atmósfera semiopaca, con una luz entre azulada y verdosa. Podía respirar. Es más, podía hablar y hablaba con su guía.
- Es precioso, pero aquella oscuridad...
- Es él. Ante todo no cantes. No le gusta que se cante.
Y sin poder evitarlo continuó su paseo submarino con unas ganas tremendas de cantar. Y comenzó a hacerlo en voz baja y dentro de aquellas aguas extrañamente yermas de vida.
- No. Debemos volver. Puede que te haya oído.
Justo cuando su guía pronunció estas palabras, a su voz se unió otra cavernosa, procedente de aquella oscuridad cercana. Cantaban la misma letra de una canción desconocida pero familiar. Se apresuró a salir del agua de la mano de su guía.
Afuera, eran cuatro los niños que esperaban. Esperaban por la visita de los fondos oscuros.
- Apúrate, debes llevarnos a casa antes de que llegue. Lo has despertado con tu canto.
Y comenzaron el ascenso, tras traspasar la entrada de aquella cueva extraña en la orilla de un mar desconocido al final de un túnel imposible.
- ¡Date prisa! ¡Hay que cerrar el túnel para que no pueda volver tras nosotros! Esas cajas de donde salen las luces, no debes tocarlas o el túnel se vendrá abajo. Sólo la más cercana a la entrada...
Ascendieron a la carrera, llegando al final del ascenso para salir de nuevo de rodillas a la cima de aquella escalera de caracol de paredes enrojecidas. Casi tanto como su cara por la carrera.
Al cerrar aquella especie de puerta extraña encajada en la tela de la pared, todo se vino abajo y no quedó más camino de salida que la puerta de aquella extraña sala de niños, desde donde aquellos cuatro miraban al intruso que ahora se erguía ante ellos totalmente mojado por la inmersión, aun cantando mentalmente aquella canción y con las rodillas y las manos totalmente cubiertas de arcilla.
Echó una última mirada al cuarto y los dejó solos en su mundo infantil, volviendo a aquella primera habitación.
Pero súbitamente surgieron los pensamientos... ¡Había kilómetros hasta la costa más cercana! ¿Dónde había estado? ¿Quiénes eran los niños? ¿Y el guía? No lo sabía, pero lo que sí sabía era que la presencia que cantaba desde la oscuridad de aquel fondo marino, seguro que echaría de menos su canto. Su ausencia le dejo el corazón entristecido.
Cogió las maletas de donde las había dejado al entrar, traspasó de nuevo aquellas jambas de la habitación que la había acogido en su breve estancia y descendió de nuevo por las escaleras de madera. Abrió la puerta de los cristales tallados y volvió a la calle. Todo ello mientras tarareaba en voz baja aquella remota canción y pensaba por qué el sótano de un pescador estaba lleno de melones...

Soñando cosas como esta dos de cada tres días, ¿quién quiere ir al cine?

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